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Entrevista a Álvaro Gimeno, pregonero de la cofradía de Las Siete Palabras de Valladolid

“Es muy triste, pero me alegró que este año se intente hacer algo”

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Siguiendo la tradición familiar, antes de bautizarlo, su padre ya lo hizo cofrade de Las Siete Palabras y siendo un crío, con poco más de 12 años, no le temblaron los nervios para subirse a un caballo y anunciar por las calles de Valladolid la celebración del Sermón de la Siete Palabras. Era un orgullo familiar que comenzó su abuelo, cuando la hermandad implantó el pregón en el año 1944, que continuó su padre desde 1969 y que él se ha encargado de mantener.

Desde 1992, todos los Viernes Santos, Álvaro Gimeno, abogado también como su padre y su abuelo, se convierte en uno de los protagonistas desconocido de la Semana Santa vallisoletana, dado que, a excepción de la última estación en la plaza Mayor, siempre pregona de verdugo, con el rostro cubierto.

Fiel a la tradición que inició su abuelo, Álvaro recoge el soneto anunciador a las puertas del Arzobispado y, junto con el nombre del encargado del pronunciar el Sermón de la Siete Palabras, lo proclama a caballo y en compañía de otros jinetes por más de una docena de lugares emblemáticos de la ciudad -San Pablo, la Antigua, la Academia de Caballería, el Hospital Clínico…- antes de acabar en la plaza Mayor, escenario donde a las 12 horas arranca el Sermón. A parte de por la pandemia, este ritual solo se ha visto interrumpido en los años de lluvia, cuando el pregón se traslada a la Catedral.

Previamente, el soneto o la composición poética que anuncia el Sermón, ha sido elegido por la cofradía en una especie de concurso abierto a los hermanos y al resto de vallisoletanos.

 

 

¿Cómo se prepara internamente para desarrollar su función de pregonero?

Aunque aparentemente es algo sencillo, el hecho de traer caballos a la ciudad es algo complicado y más si los animales van vestidos. Además, yo no tengo montura propia, por lo que tengo que alquilar un caballo o pedirlo prestado. Tengo que reconocer que el peor jinete soy yo y que ahora mismo llevo casi dos años sin cabalgar, por lo que seguro que el próximo año me costará un poco más.

Lo primero es lograr que el caballo se habitúe a un hábitat que no es el suyo y, sobre todo, a los ruidos que se va a encontrar en la ciudad y al mismo tiempo, entrenar mi voz para que aguante la docena de pregones.

 

¿Después de dos años sin celebraciones públicas de la Semana Santa, cómo puede describir cómo se siente o qué le supone no salir?

Da mucha pena. Al principio parece que no, pero a medida que se van acercando los días, los recuerdos hacen que el sentimiento sea otro. Es muy triste, pero me alegro de que este año se intente hacer algo y que no sea como el pasado cuando todos estábamos confinados. De aquellos días tan triste guardo el recuerdo de un niño que, para que hubiera pregón, subió a internet un vídeo con caballos de papel colgados en la cuerda de tender la ropa para ir moviéndolos, junto al sonido del pregón de otro año. El año pasado me dio mucha más pena, pero éste, aunque sea diferente y muy limitado, al menos tenemos un acto y nos recordarán.

 

El coronavirus ha cambiado muchas cosas en la vida y en la manera de pensar: ¿Qué le ha cambiado a usted para siempre?

Sobre todo las relaciones familiares y de amistad, a la vez que tengo que reconocer que soy un afortunado y que mi situación laboral continúa siendo la misma. Al margen del drama que supone la pérdida de vidas, creo que muchas relaciones personales, especialmente las de la gente mayor, no se recuperarán. Ellos están teniendo una pérdida de calidad de vida brutal.

 

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