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Jhana Beat: “La música es algo vivo que cada segundo muta”

Tras ser nominada a los Premios Max de teatro, la cantante leonesa, afincada en Valladolid, prepara una banda sonora para cine en Polonia y un disco que verá la luz antes de final de año

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“Soy muy idealista, muy ‘happy’ (que no hippy). Soy budista, roquera, punky… Soy Jhana”. Nacida como Hanna Borja en León en 1986, de raíces gitanas, poco después de llegar a Valladolid quedó prendada con quince años por el mundo de la música y comenzó un camino de investigación en torno a ella que desde entonces no se ha detenido. Rebautizada para el mundo artístico como Jhana Beat, su vida cambió cuando con 18 años descubrió el beatbox (capacidad de producir ritmos de cualquier tipo, compases y sonidos musicales utilizando la propia boca, nariz, labios, lengua y voz), y cinco años después fue premiada como mejor show nacional en la Beat-Box Battle Internacional de Salamanca. Allí descubrió un nuevo mundo con las loop stations (que maneja con los pies en sus conciertos) y comenzó a darle forma al “sonido electroorgánico”, su seña de identidad. Este año, en su primera incursión en el teatro profesional, fue nominada a los Premios Max a la mejor composición musical para espectáculo escénico por su trabajo en ‘La teta de Janet’, de la compañía guipuzcoana de danza Ertza. Forma parte del proyecto Arte Muhé junto a otras creadoras como Rozalén, estos días se encuentra en Polonia grabando su primera banda sonora para cine y antes de que acabe el año verá la luz un disco con su proyecto Black Flama, junto a Edna Brezinska.

 

Su abuelo y su padre eran cantantes no profesionales. ¿Qué caminos le llevaron al mundo de la música?

De pequeña me decantaba más por el dibujo, pero con catorce años o así empezó a abrirse camino en mí la música. Siempre he percibido que musicalmente tenía algo dentro, un ritmo natural o una fuerza muy de raíz quizá por mi parte gitana. Sucedió sin más, no he estudiado música ni nada de esto, simplemente me ha salido así, no he podido hacer otra cosa. Siempre he escuchado mucha música, sobre todo rock, y me gustaba analizarla y entenderla, porque veía que el lenguaje de la música tenía un poder muy fuerte con las personas y eso me enganchó.

 

En sus inicios se centró en la percusión. ¿Cómo llegó a ella?

En el colegio me aburría muchísimo y no me interesaba nada de lo que me contaban. Me saltaba las clases del instituto en Valladolid y bajaba al parque Ribera de Castilla, donde había gente que tocaba yembés, darbukas, cajones… Indagué mucho con ellos, pasé muchísimas horas tocando y tocando, hasta casi entrar en trance. Era mi pasatiempo preferido.

 

En ese primer momento ya creó sus primeros temas propios. ¿Qué temas le interesa abordar en sus letras?

Por encima de las letras, a mí lo que me llega es la música y las sensaciones, las texturas, los ambientes… pero me gusta que las letras tengan un contenido que haga pensar, que sirva para mejorar el mundo y la sociedad, invitando a que nos miremos hacia dentro y hagamos algo de autocrítica. Me gusta intentar impulsar valores que creo que se han perdido en este sistema tan capitalista y consumista. Parece que ya no se da importancia a los valores y que casi hay que buscar para encontrarlos. De entrada te venden que para ser feliz tienes que tener una serie de cosas y ser de una determinada manera, y lo que yo veo es a un montón de gente sin ningún tipo de pasión interna. La última canción que he hecho en español, por ejemplo, dice: ‘Conocerse es bailar, conocerse es cantar, conocerse es entender que tú puedes volar’. Estoy completamente segura de que conocerte a ti misma te puede hacer ver que somos máquinas biológicas impresionantes, con capacidad para hacer miles de cosas. Como decía la mitología de la antigua Gregia, somos semidioses y tenemos una mente maravillosa que, si la utilizáramos bien, podríamos lograr que todas las personas fueran felices.

 

¿Tocó en alguna banda antes de iniciar su trayectoria en solitario?

Con 19 años empecé a tocar con Olmo (Vera), David (González) y Varito (Álvaro Varas), luego me marché a Barcelona hasta los 21 y allí estuve indagando con más gente, y cuando regresé a Valladolid formé junto a ellos Adiós Motherfunker, un cuarteto funky, roquero, punkarra, electrónico… Nos gustaba mucho experimentar pero con el tiempo es muy difícil que un grupo se mantenga, porque vivir de la música es difícil, la verdad.

 

¿Cómo llegó al beatbox y cómo le impactó?

En el mismo parque donde aprendí percusión vi a un chaval haciendo un poquito de beatbox y pensé: ‘Eso me resuena mucho’. Simplemente le oí hacerlo y, como vi que se podía, empecé a buscar la manera de hacerlo yo.

 

¿Qué le da el directo?

Es un momento muy mágico para mí. En los conciertos estás frente a un montón de gente que no conoces con la que de repente, a través de la música, empiezas a compartir algo muy especial, único, que no se volverá a repetir nunca. En ese momento estamos todos en un mismo lugar, sincronizados, como una tribu de humanos, y esa sensación es es muy bonita, me llena. De esos momentos he sacado mucha fuerza para seguir adelante, porque cuando eres un poco sensible y te fastidia cómo está el panorama mundial, esos momentos te ayudan a pensar que merece la pena seguir adelante.

 

En 2009, con 23 años, la premiaron como mejor show nacional en la Beat-box Battle Internacional de Salamanca. ¿Fue un punto de inflexión para usted?

Sí, pero no por el premio sino porque fue entonces cuando entré en contacto con el mundo de los loops. La competición nunca me ha motivado, de hecho tras aquello nunca más me volví a presentar a algo así. Lo que pasó es que allí vi una actuación de Eclipse, un francés de la vieja escuela, con una loop station. Vino a hacer una demostración y nos dio un conciertazo que no me lo podía creer. Yo ya trabajaba el beatbox, explotando mi voz y esta garganta tan gitana que tengo, luego la guitarra la he utilizado para acompañarme, y al verle a él con la loop me di cuenta de que con esos elementos yo podía proponer algo muy interesante.

 

¿Cómo ha evolucionado su propuesta sonora desde entonces, en la última década?

Sobre todo en habilidad. He mejorado con los loops, en conocerme más a mí misma, en beatbox, ritmo, improvisación… Improviso constantemente porque me aburro si repito el mismo tema diez veces. Me gusta jugar con los sonidos, experimentar y probar cómo quedaría esto o lo otro. Por eso todos mis conciertos son distintos, como un partido de tenis donde nunca sabes dónde va a ir la pelota. La música es lo que me ha movido: poquito a poquito, cada vez me ha ido llamando más gente y he podido mejorar, al estar más tiempo trabajando.

 

¿Qué es el sonido electroorgánico, su marca personal por así decirlo?

Es lo que se me ocurrió para definir lo que hago cuando me preguntan. Hago un sonido electroorgánico, donde suena música electrónica que en realidad estoy haciendo con un órgano; en realidad es algo orgánico que se proyecta a través de la electrónica, con la loop station. Lo siento como un cíborg musical, donde se mezcla la electrónica y lo biológico.

 

La fusión de estilos y de géneros es una de sus principales características, del soul al reggae, pasando por el techno, house, electropunk, funk o hip hop. ¿Qué le atrae de esa mezcla constante?

Yo me imagino como un cocinero, que va a Asia y prueba la comida asiática, va a Estados Unidos y prueba la comida de allí, y en cada sitio encuentra cosas que le han gustado y otras que no. Entonces piensa: ‘Si yo mezclo esto que conocí en África, con esto que conocí en Australia, ¿qué puede salir de aquí?’. De todos modos mi alma de verdad es roquera y cuando escucho por ejemplo a Nirvana o The White Stripes, siento que son muy míos: esa contundencia, que suene mal pero que mole, me gusta muchísimo. Soy bastante punk rock, aunque con matices soul porque mi voz es muy negra también.

 

¿Cómo ha trabajado su voz?

Nada, escuchando a Robert Plant, de Led Zeppelin, y a otros cantantes, dejando que me llegaran muy dentro para intentar comprender quién es ese que canta con esa voz. Yo creo que, cuando vives algo de una forma tan intensa, te impregnas de ello y luego eso encuentra su propio camino para salir a la superficie. Por lo menos yo tengo esa facilidad, me llega así y luego me sale en un concierto. Vivo la música como algo vivo que cada minuto muta, como un canal.

 

¿De dónde surgió su nombre artístico?

Yo me llamo Hanna en verdad, pero si metías eso en internet te salían Hanna Montana, Hanna y sus hermanas… y decidí cambiarme el nombre. Quería seguir llamándome Hanna pero de una manera diferente. Me encantan las filosofías budistas, el zen, el tao, el libro tibetano de los muertos… Leí que para llegar al nirvana había siete pasos previos que eran los siete jhanas y me decanté por Jhana. Luego lo de beat viene del beatbox, claro.

 

En 2013 participó en las charlas TEDx de Valladolid, donde decía: “En un mundo en el que nos invade la depresión ser alegre es la mayor revolución”. ¿Esa idea resume su filosofía de vida?

Sí, creo que la alegría es una revolución. Es simple hecho de ver a alguien alegre porque sí sorprende muchísimo a las personas. Es más normal ver a alguien serio haciendo cosas que a alguien que esté alegre porque sí. Da qué pensar. Creo que se nos ha olvidado que el hecho de existir, estar aquí, en un planeta así, es algo único. Hemos dejado de lado nuestra parte espiritual, mística, quizá porque la iglesia ha hecho mucho daño en eso, pero creo que si fuéramos realmente conscientes de lo que somos y de dónde estamos nos invadiría la alegría de los pies a la cabeza.

 

¿Cómo surgió la oportunidad de trabajar en ‘La teta de Janet’, de Ertza Danza?

Alguien me debió ver actuar por ahí y contactaron conmigo desde la sala madrileña Cuarta Pared. Me dijeron que estaban haciendo un maratón mezclando disciplinas y que todos los años buscaban un artista para fusionar su trabajo con otra gente. Entonces hice una improvisación de beatbox con los chicos de Ertza, Thiago y Henrique, e inmediatamente conectamos. Asier (Zabaleta, creador y director de la compañía) nos vio y me dijo: ‘Tú me puedes venir muy bien para la próxima historia que quiero hacer’.

 

¿Cómo está viviendo la experiencia con ellos?

Al principio estaba perdida, me pedían cosas que no sabía cómo conseguir musicalmente con mis herramientas, pero poco a poco empezó a aparecer el ‘workflow’… Estoy contenta porque trabajar con Asier me obligó a cerrar algo concreto, una cosa que a mí me cuesta la vida. Yo entiendo que el teatro y la danza es así, trabajas con más gente y para que no se vuelvan locos tengo que hacer lo mismo en una y otra actuación, pero eso a mí me costó horrores, porque entiendo la vida como un cambio constante, como una danza que no se detiene, en permanente mutación. Me gustó mucho experimentar esa mezcla de disciplinas.

 

¿Cómo recibió la nominación a los Max y cómo vivió la ceremonia en Valladolid?

Yo flipé. Fue estupendo, un logro, estar ahí junto a Sílvia Pérez Cruz por ejemplo. Durante la ceremonia pensaba: ‘¿Qué hago yo aquí?’.

 

Este mes viaja a Polonia para grabar su primera banda sonora para cine. ¿Cómo surgió ese proyecto?

Por las vueltas que da la vida. Gracias a ellas no me ha faltado de nada y me puedo dedicar a la música, que es lo único que quería y que pedí muy fuerte: que la música me permita hacer música. Tengo un amigo que está trabajando con otra persona que tiene varias empresas en China y Estados Unidos, que acaba de montar una productora y de rodar una película en Polonia que quieren estrenar en Estados Unidos. Este chico se puso en contacto conmigo y me dijo que yo vivo la música de una manera muy especial y que quería que eso saliera reflejado en su película. Hice una prueba poniendo música a la primera escena y les encantó, y me pidieron viajar allí para participar en la posproducción de la película y conocer al equipo.

 

¿Qué otros proyectos maneja a corto plazo?

Antes de que acabe el año publicaré un disco junto a Edna Brezinska con el proyecto que tenemos juntas, Black Flama. En principio iba a ser un EP pero no descartamos que acabe siendo un LP porque ya tenemos siete u ocho temas, y va a ser un discazo que fusiona hip hop, regaae, soul, funky y de todo. Por otra parte estoy dentro de Arte Muhé, un proyecto multidisciplinar donde también están Rozalén, La Mare o Noelia Morgana, entre otras, que ofrece conciertos por toda España. Me gusta disfrutar la vida y vivirla, conocer gente nueva, sonidos nuevos… ¡Es que a lo mejor me muero pasado mañana! Me gusta ir donde me lleve el viento.

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