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La extensión de Castilla y León y la baja densidad de población reducen el efecto de la huella ecológica y su impacto en el modo de vida

La biocapacidad de la Comunidad es de 5,6 hectáreas globales por habitantes, frente a 4,23 de huella ecológica, es decir, un excedente entre los recursos consumidos y los generados

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Castilla y León puede presumir de contar con un excedente ecológico en la huella que dejaremos para las presentes y futuras generaciones en el planeta. El vasto territorio y la baja densidad poblacional de la Comunidad, enemigos de la lucha por el reto demográfico, son en esta ocasión aliados de la batalla emprendida frente al cambio climático y uno de los principales motivos de este resultado. Esto significa que se necesitan 4,2 hectáreas de territorio por habitante al año para satisfacer los consumos (huella); pero se disponen de 5,6 hectáreas para satisfacerlos (biocapacidad). Es decir, 1,4 hectáreas por castellano y leonés al año de excedente, provocados por las amplias superficies de cultivos y terrenos forestales, que “procuran una gran capacidad de generar productos para satisfacer a la población, sin repercutir en la capacidad del ecosistema de regenerarse”.

La capacidad del territorio de regenerar sus recursos se mide en función de la productividad anual de cada superficie en comparación con la mundial, lo que “muestra que Castilla y León tiene capacidad de producir de manera sostenible todo lo demandado anualmente y aún le sobra un cuarto de territorio, que se corresponde con lo denominado como ‘excedente ecológico’”.

Así lo establece un informe de la Consejería de Fomento y Medio Ambiente al que tuvo acceso la Agencia Ical, y que resume que la huella ecológica “mide la diferencia entre los recursos naturales que consumimos (alimentos y bienes de consumo) y los que somos capaces de generar los 2,4 millones de habitantes que pisan esta Comunidad. La energía no cuenta, “pero si entrara en el cómputo, el dato sería aún mejor porque Castilla y León genera en renovables 1,5 veces la energía que consume”, aseguran fuentes del departamento.

Además, la Comunidad produce casi el doble de energía eléctrica de la que demanda y es el mayor generador de renovable, con una quinta parte del total nacional. También cuenta con la mayor cuota de energías verdes en el mix de generación, un 76,8 por ciento, con más de la mitad proveniente de la eólica y cerca de un 40 por ciento de la hidráulica, datos que también contribuyen a reducir la huella.

La Consejería admite que el estudio tiene una “pequeña trampa”, pues es un territorio “muy grande y con escasa densidad de población que beneficia a la huella ecológica”. A ello se unen las amplias superficies de cultivos y terrenos forestales que procuran una gran capacidad de generar productos para “satisfacer a la población castellana y leonesa, sin repercutir en la capacidad del ecosistema de regenerarse”. Así, a día de hoy Castilla y León presenta más biocapacidad que huella. Si ambos criterios se enfrentan resulta que la Comunidad consume dentro de los límites de producción sostenible de su territorio, lo que configura a la región como una reserva ecológica.

Las superficies que analiza la huella ecológica incluye todos los sectores de actividad, los bienes y servicios. Cada una de ellas tiene asociados unos principales impactos sobre el medio ambiente y la sostenibilidad, pero los principales son la superficie agraria y la forestal.

 

Protagonismo de los cultivos

La gran capacidad productiva de cereales, leguminosas, hortalizas y de otros cultivos de Castilla y León no pasa desapercibida en la huella ecológica. Se manifiesta una “clara exigencia a la tierra para la producción de estos bienes, y esto tiene su coste ecológico”. En este sentido, los cultivos suponen el 42 por ciento de la huella, pero al mismo tiempo aportan el 80 por ciento de la biocapacidad, todo ello a pesar de que el sector primario apenas supone el cinco por ciento del Valor Añadido Bruto (VAB) de Castilla y León, pero supone el 21 por ciento de la superficie agrícola de España. Obviamente, estos datos la sitúan como una comunidad con una “marcada predominancia agraria en lo que se refiere a la producción de material biológico y a la distribución de la superficie del territorio”.

Por otro lado, el informe entiende que la huella ecológica de la ganadería “queda escondida”, dado que la metodología duda de la cantidad de cultivos que se destinan a la producción ganadera y, por tanto, la huella ecológica “podría estar mejor distribuida entre los cultivos y los pastos”. Aún así, estos últimos, en los que se integra la producción ganadera, representan una parte importante en términos de producción y consumo. Se estima que solo supone un cinco por ciento, ya que los cultivos y productos alimenticios importados necesarios para alimentar a la ganadería son aplicados a otras superficies. Por ello, al analizar los resultados de manera conjunta, resultaría que la agricultura y la ganadería son responsables de cerca del 50 por ciento de la huella ecológica.

 

“Absorción envidiable”

El documento sostiene que la superficie forestal de Castilla y León supone 1,19 hectáreas globales por habitante, lo que se traduce en el 28 por ciento de la huella ecológica.

La huella ecológica de carbono resulta “significativamente baja”. Este resultado está “fuertemente condicionado” por la capacidad de absorción estimada para la Comunidad, que es “envidiable”, con datos con los que prácticamente se alcanzaría la neutralidad de CO2 en el territorio. De hecho, las grandes masas forestales del territorio permiten absorber 11 veces las emisiones de carbono anuales emitidas en Castilla y León.

 

Trabajo por hacer

El propio informe de la Consejería asegura que a pesar del buen resultado en la huella ecológica de carbono y la significativa reducción de emisiones, Castilla y León aún tiene trabajo por hacer si se observa la ratio de emisiones por habitante. En este caso, el último dato, de 2019, muestra un resultado de 10,1 toneladas por habitante (10,4 en 2018), cuando la media europea es de 8,7; la española de 7,5 y el objetivo recomendado por la Agencia Internacional de Energías Renovables a 2050 para Europa es alcanzar las 3,9 toneladas por habitante.

En una supuesta comparación con Europa, Castilla y León, con una huella de 4,23 hectáreas por habitante, se posicionaría por debajo de la media del viejo continente, de 4,6, por debajo de países como Grecia, Hungría, Bulgaria y Rumanía, pero por encima de la media española (4,03 hectáreas). De hecho, el mundo necesitaría 4,5 planetas si se viviese como en Castilla y León.

 

Recomendaciones

Entre las recomendaciones, el informe insta a favorecer los bosques con una variedad de especies (bosques mixtos) “porque absorben más CO2”, ya que “no todos los árboles son igual de ecoeficientes”. Algunos crecen más rápido y por lo tanto absorben más CO2 más rápido, como es el caso del eucalipto. Por el contrario, otras especies de árboles crecen más lentamente, pero también viven más tiempo y, por lo tanto, absorben más CO2 a largo plazo, como el roble o el haya.

También apuesta por poner en valor el capital natural del territorio como vía para “afianzar la gestión forestal sostenible a medida que se avanza hacia una mayor extensión de superficies protegidas y mayores grados de protección”; mayores porcentajes de superficie forestal pública como garantía de la protección de estos entornos; políticas agropecuarias que consideren una gestión sostenible del capital natural en el que inciden; apostar por hábitos alimenticios más sostenibles en la población; y el fomento de las energías renovables, siempre acompañado de una reducción de la demanda energética primaria, si bien el propio informe reconoce que el aumento de estas instalaciones “podría entrar en conflicto con la gestión sostenible del territorio”.

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