Vencer al virus en casa
Un matrimonio y sus tres hijos relatan desde Zamora la experiencia de haber pasado la enfermedad confinados en su casa y al margen de las estadísticas


ICAL . Un matrimonio y sus tres hijos relatan la experiencia de haber pasado la enfermedad del Covid-19 confinados en su casa
Cuando la mayoría de la población española empezó a ser consciente de la gravedad de la crisis sanitaria provocada por el nuevo coronavirus, el número de personas contagiadas ya era más que considerable, como ha dejado patente la famosa curva de contagios. Ya era tarde para echarse a llorar sobre la leche derramada y era necesario resolver y aplicar restricciones de movilidad.
En este contexto de responsabilidad y solidaridad, el matrimonio formado por Susana Zurrón y Raúl Herrera cumplió a rajatabla la prescripción sanitaria y se encerró en su casa, en el centro de la capital zamorana, junto con sus tres hijos: Daniel, Diego y Pedro, de dieciséis, quince y nueve años, respectivamente.
Los cinco integrantes de la familia se prepararon lo mejor que pudieron para afrontar el confinamiento con la mayor naturalidad posible gracias al teletrabajo y a la continuidad de la formación académica con la ayuda de la tecnología. Lo que no podían imaginar es que el coronavirus ya había entrado en sus vidas, presuntamente, ya que no ha habido pruebas que determinen oficialmente lo que se antoja un diagnóstico certero.
Es imposible determinar con exactitud meridiana de dónde procedió un virus que resultó ser mucho más peligroso y contagioso de lo que se creía. No obstante, todo apunta, dadas las circunstancias, a que el hijo mayor se lo trajo del partido de baloncesto que fue a ver el domingo, día 8 de marzo, justo el fin de semana anterior al inicio de este guión de película sobre un futuro distópico que se podrá contar a los nietos.
Contagio
El joven acudió al WiZink Center, en la capital de España, para presenciar un enfrentamiento correspondiente a la vigésima tercera jornada de la liga regular de la ACB, entre el Real Madrid y el Zaragoza, con victoria de los locales por 92-70 por cierto. “Es más que probable que me lo cogiera allí. Fuimos en tren, montamos en el Metro, estuvimos en el partido con muchísima gente en el pabellón, comimos en un restaurante al que fueron jugadores del Madrid. Me tocó a mí, al parecer, porque fui con otros tres amigos y ninguno presentó síntomas y sus familias, tampoco”, explica Daniel. “No me sentí muy mal pero tuve fiebre y no salí de la habitación durante varios días salvo para ir al baño. No podía hacer nada y estaba casi todo el rato en la cama, viendo la tele y leyendo”, relata.
Cinco días antes de decretarse el Estado de Alarma, esa palabra ya cobró una especial dimensión para toda la familia en cuanto empezaron a atar cabos, no en vano nadie tenía claro casi nada sobre la enfermedad y sus consecuencias. “Nos mandaron que estuviera aislado en su habitación porque todo indicaba que era coronavirus. Lo cumplimos, con todas las medidas de higiene y protección. Daniel tuvo fiebre unos días y se le pasó, sin más”, señala su padre.
Raúl Herrera, zamorano de 46 años, es abogado y asesor fiscal y ha seguido trabajando intensamente desde casa, ya que la normativa experimenta novedades casi a diario y se ha visto obligado a estudiar y a ponerse al día con cada aluvión legislativo nocturno, que aparece como por arte de magia y que se suma a la anterior. “En un primer momento, notas ese miedo a lo desconocido pero hay que reaccionar de inmediato. Me acerqué al centro de salud a hablar directamente con el médico porque no era capaz de conseguirlo por teléfono. Me dieron varias mascarillas y, a partir de ese momento, estuvieron todos los días en contacto telefónico con nosotros”.
Además del trabajo, sin tiempo para tomar aliento y con Daniel en la cama, Diego presentó también síntomas ‘compatibles’ con Covid-19, como dicen los técnicos, y se repitió el proceso de comunicación con el centro de salud. “Nos indicaron lo mismo y nos pidieron que tuviéramos precaución para reducir la posibilidad de contagio entre nosotros. Diego tuvo molestias y fiebre no muy alta”, comenta.
El tercero de los hijos cayó también enfermo a las pocas horas, con malestar general y fiebre moderada aunque, en su caso, la fortaleza de la infancia le permitió superarlo en apenas 24 horas. “Fue poca cosa. Lo pasé rápido. Estuve en la cama con dolor de cabeza y fiebre pero se fue en menos de un día”, apunta Pedro. “Yo casi no me enteré. Estuve un día y medio sin salir de la habitación y poco más”, cuenta Diego.
“Mis hermanos estaban ya estupendamente y yo, que fui el primero, todavía me encontraba mal. Fue complicado. No podía tener contacto con nadie, iba al baño, intentábamos dejarlo todo desinfectado. Todos se metían en una habitación para que yo saliera y desinfectábamos después”, lamenta Daniel, que estudia primer curso de Bachillerato en el IES Claudio Moyano. “Espero no tener problema aunque estoy un poco agobiado por el trabajo que nos mandan. No sabemos muy bien qué va a pasar pero he tenido la suerte de que no me pilla este año la EBAU”.
Cuando parecía que lo peor había pasado, dos días después de que el tercer hijo pasara la enfermedad, la madre, Susana Zurrón, notó un dolor de cabeza intenso y tuvo fiebre alta, dolores musculares y tos moderada aunque, afortunadamente, sin problemas respiratorios. “Estuve cinco días tirada. No podía ni moverme. A Pedro no duró ni 24 horas. Se levantó con 39 de fiebre y, al día siguiente, nada. Según iba cayendo los niños, iban evolucionando bien pero los adultos lo pasamos peor”, reconoce.
“A ello, le añades el desasosiego y la incertidumbre porque dudas si puedes habérselo pasado a personas mayores cercanas. ¿Yo puedo atender a mis padres o tengo que seguir aislada? No sabemos nada y quienes deberían informarnos desde el Gobierno nos dan discursos pero es raro que digan algo concreto”, critica.
Proveedores
La logística familiar se vio afectada de lleno, con la prioridad de eliminar la posibilidad de contagio a personas de riesgo. “Vivimos en el mismo rellano que mis padres, puerta con puerta. Cuando empezó Dani, cortamos el contacto y hablamos solo por teléfono. Hicimos bien porque terminamos todos contagiados y ellos quedaron a salvo”, indica Susana.
Respecto a la alimentación y los medicamentos, la familia se abasteció por teléfono y contó con la inestimable ayuda del frutero de proximidad, que es su proveedor habitual. “Mi frutero de toda la vida se enteró de que estábamos enfermos y me llamó para interesarse y ponerse a nuestro servicio. Vino durante todo el mes a traernos la fruta. Nos la dejaba en el ascensor y sin cobrarnos. Nos ayudó mucho porque nuestros hijos son menores y no podían salir a la calle con el Estado de Alarma”, apunta Raúl. “Cuando he podido salir a la oficina, pasé por la frutería para pagarle y darle las gracias. Te das cuenta en estas circunstancias de la gente que merece la pena. No le pude dar un abrazo pero se lo dejo pendiente, con las cañas que hagan falta”, bromea.
El único que faltaba por contagiarse en la casa era el padre y también cayó, en su caso, de forma más severa que el resto de la familia y con síntomas agudizados, que le duraron once días. “Lo peor fue la fiebre. Estuve con 39 o más casi todo el tiempo porque el paracetamol me la bajaba solo dos o tres horas y no debes tomar más que la dosis prescrita, cada ocho horas. Apenas comía, tuve fuerte dolor de cabeza, dolores musculares y presión en el pecho, aunque no problemas para respirar. Lo peor fue la fiebre alta”, insiste.
La particular ‘curva’ de la familia Herrera Zurrón quedará en el limbo de los datos estadísticos porque, al no haber confirmación oficial de la evidente sospecha clínica ni con test rápido ni con la prueba de reacción en cadena de la polimerasa, la famosa PCR, los casos pasan a un segundo plano. “La consulta sanitaria se hizo a través del teléfono. De lunes a viernes, a primer ahora de la mañana o hacia el mediodía, la médica de Atención Primaria se interesó por nosotros y los fines de semana, desde Urgencias del centro de salud Santa Elena. Nos atendieron bien. En ningún momento estimaron que fuera suficientemente grave como para un ingreso hospitalario, así que los cinco pasamos todo el proceso en casa”, señala Raúl. “Evidentemente, quedamos fuera de la estadística porque no nos han hecho pruebas, aunque está claro que hemos tenido Covid-19. Todos sabemos cómo nos afecta una gripe y esto que hemos pasado no se pareció en nada a una gripe y así habrá mucha gente, con la incógnita de tener el resultado de una prueba y el deseo de saber con certeza si lo puedes pasar otra vez o no o si eres contagioso”, expone.
Incertidumbre
Aparte de la propia enfermedad y del nerviosismo residual fruto de la incertidumbre, la Covid-19 dejó otro poso de forma especial a Susana Zurrón quien, casi un mes después de superar el coronavirus, todavía no es capaz de percibir los olores ni de detectar los sabores, síntomas que afectan a parte de las personas contagiadas. “Sigo sin oler ni percibir los sabores. De un momento a otro, me puse a comer sin hambre, porque debía comer algo, y no me sabía a nada. Ahora empiezo a percibir un aroma muy tenue a lejía, por ejemplo. Es un olor muy fuerte y solo detecto un leve matiz. Es increíble”, describe.
“Son solo efectos secundarios pero, de todas formas, lo que más me afecta ahora es no saber si estoy inmunizada. ¿Mi plasma puede servir para ayudar? ¿Hay riesgo de que pueda contagiar? Parece que nadie sabe nada. Nos ha pillado a todos desinformados y así seguimos”, lamenta.
“Creo que no nos ha dado tiempo a reaccionar todavía en medio de la tragedia que están viviendo miles y miles de personas. Supongo que reaccionaremos cuando todo se pueda ver desde una perspectiva más tranquila. Esto está devastando a miles de familias todavía no sabemos con exactitud el alcance de los problemas económicos y sociales que se van a derivar de la pandemia”, analiza Raúl.
“Esto nos va a cambiar. No sé cómo pero nos va a cambiar. Deberíamos dar prioridad en la vida a lo que hemos dejado de lado en condiciones normales. Espero que aprendamos todos para que la humanidad sea mejor de lo que era”, reflexiona.
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